domingo, 20 de junio de 2010

La mendicidad haitiana se ha convertido en "el pan nuestro de cada día" por las calles de Santiago, sin que las autoridades de la Dirección General de Migración hayan adoptado las medidas pertinentes en ese sentido. En los últimos días el panorama descrito se ha hecho más frecuente en las principales arterias comerciales de la ciudad, principalmente en la calle Del Sol, 30 de Marzo y España, en el mismo centro de la ciudad.


Pero también se observan a niños y adultos haitianos en los semáforos y en otros lugares que ellos consideran pueden alcanzar lo que piden, dinero. El cuadro es triste, penoso y lamentable, porque haitianas adolescentes, adultas y envejecientes frecuentan las vías públicas y prácticamente han desplazado a los mendigos dominicanos, que aún aparecen escasamente por las calles de Dios.


El hambre, la falta de agua y la alta tasa de desempleo en Haití, desgarrada por una espantosa miseria y agravada después del terremoto del 12 de enero pasado, se ha apoderado de la empobrecida nación caribeña. Esa problemática, a la cual las autoridades haitianas no le han dado respuesta, forma parte del problema migratorio hacia la República Dominicana, principalmente a Santiago, la segunda ciudad de importancia del país.


Cuando las haitianas ven la presencia de periodistas o personas con cámaras, se alejan apresuradamente del lugar donde piden para poder vivir, aunque otras se muestran indiferentes, soportando el riesgo de la presencia de las autoridades migratorias de ser apresadas, pero que finalmente nunca llegan. A los haitianos no les gusta que les tomen fotografías, la mayoría están aquí de manera ilegal.


El grado de desesperación es tal, que muchas haitianas ya no se colocan en las aceras a pedir, sino que se arrojan a las vías, en medio de los vehículos, buscando la mano solidaria para poder mitigar el hambre con un mendrugo de pan, acompañado con agua endulzada. Parte el alma también ver a "niñas solitarias"pidiendo algo para comer, con sus caras tristes, sus sueños truncos y frente a un vano futuro inmediato de promiscuidad, y muchas veces son abusadas sexualmente.


Es común observar por las calles céntricas de la ciudad de Santiago, a niños, niñas, adolescentes, adultas y envejecientes haitianas con la vista de clemencia y las manos enlazadas, descansando en una esperanza fugaz del consuelo de algún transeunte o algún conductor que extienda su mano de socorro momentáneo para ayudar aliviar su desventura.

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